viernes, 20 de mayo de 2011

Análisis del libro "INGENIERÍA CONSTITUCIONAL COMPARADA”

SARTORI, Giovanni. “Ingeniería Constitucional Comparada”, Traducción de Roberto Reyes Mazzoni, Tercera edición, cuarta reimpresión, Editorial Fondo de Cultura Económica, México, marzo 2010. 247 pp.


Por: Maestra Bárbara Leonor Cabrera Pantoja


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PRESENTACIÓN

La primera ocasión que tuve oportunidad de tener en mis manos la obra de Giovanni Sartori fue en 2001; gracias a una recomendación para seguir al autor y conocer sus planteamientos respecto a los sistemas constitucionales de algunos países.

En la presente recensión se presenta un análisis y comentarios; los que explican porque Sartori la convierte en una Ingeniería Constitucional Comparada. Interrogante primigenia que considero relevante plantearnos al tener este libro en las manos.

Interesante es adelantar como surge dicho título, y es a raíz de que Bentham manifiesta que la realidad posee dos grandes maquinarias: el castigo y la recompensa. A partir de ello, Sartori arguye que la ingeniería tiene que ver con las máquinas; así que uniendo esos elementos, aunado al análisis comparativo emerge esta interesante obra. La cual constituye una referencia obligada para investigadores, politólogos, juristas y todo aquel que desee conocer la percepción de este prestigioso investigador en el campo de la Ciencia Política respecto a los tópicos abordados que incluye un prefacio donde analiza el caso mexicano.

DESARROLLO

Señala el autor la coincidencia que guardan la mayoría de los países latinoamericanos, al escoger sus formas constitucionales; las cuales se inspiraron en el modelo estadounidense; y será porque el modelo que dicho país exporto al mundo, es el del presidencialismo; contrario a los modelos europeos.

La excepción a la regla la constituye México, al crear hace más de setenta años, un casi único “sistema hegemónico” de gobierno. Como se puede observar, y bien lo advierte aquella vieja y conocida expresión de Vargas Llosa “la dictadura perfecta”.

Si bien es cierto, Sartori advierte con claridad “que instituciones y Constituciones no pueden hacer milagros (…) difícil será que tengamos buenos gobiernos sin buenos instrumentos de gobierno”. También lo es que el autor del libro manifiesta que las Constituciones deben constituir mecanismos que funcionen y produzcan algo; para ello es indispensable -tal y como lo afirmó Bentham- que se empleen los castigos y las recompensas. De aquí que Giovanni Sartori conciba a las Constituciones como estructuras cimentadas en incentivos. Estoy de acuerdo, el principio de la zanahoria y del garrote ha demostrado que funciona bien en muy diversos campos, incluido el derecho constitucional. (Carpizo:2002)

Retomando la afirmación de que las constituciones se parecen (de alguna manera) a las máquinas, pues sus mecanismos deben “funcionar” y producir algo; al estilo de Bentham, los castigos y las recompensas. Le da una visión técnica a las concepciones que de la Constitución pudiéramos haber tenido. Véase por ejemplo la que nos proporciona Lassalle cuando sostiene que una Constitución es la expresión de “los factores reales de poder” (Lasalle: 2004)

El amplio estudio de Sartori nos permite no sólo entender el aspecto técnico, sino su funcionamiento, es decir el de las Constituciones en otros países. En esta tesitura considero medular el interrogante de Sartori que nos pregunta ¿Sabemos que reformar y cómo lo vamos a hacer?. Cuestionamiento que deberán formularse una y otra vez nuestros representantes populares.

Cuando el autor aborda los sistemas electorales y los proporcionales, hace recordar  que “los sistemas electorales determinan el modo en que los votos se transforman en curules, y por consiguiente, afectan la conducta del votante”. Hace una aseveración que hoy prácticamente es regla general, salvo en las dictaduras; es decir, en los sistemas de mayoría el triunfador se queda con todo; mientras tanto, en los sistemas proporcionales, el triunfo es compartido; e, inexorablemente se requiere un porcentaje electoral. Parece que se hace una comparación fotográfica de lo que era nuestro sistema electoral cuando se abrió a los diputados de partido.

Expresa Sartori que los sistemas de mayoría o mayoritarios no procuran un Parlamento que refleje la distribución de las votaciones; buscan un vencedor indiscutible. Su propósito no sólo es elegir un Parlamento sino seleccionar a la vez -aunque sea de manera indirecta- un gobierno. Pareciera que el autor bosquejara lo ocurrido antes de la elección de 1997, en la cual el partido mayoritario perdió la mayoría en la Cámara de Diputados. Es importante decir que hasta ese momento la Cámara de Diputados no había sido sino la caja de resonancia de los deseos y a veces caprichos del Presidente de la República. Después de dicha elección, la oposición cameral cambio los contrapesos al hacer un bloque opositor.

No obstante dicha escenificación, el autor en comento afirma la existencia de un problema, toda vez que los méritos de un acuerdo electoral pueden ser fácilmente anulados por los partidos que se aliaron simplemente para obtener escaños o posiciones gubernamentales; y que tan pronto como termina la elección retornan a sus divisiones previas.

Es necesario no dejar de lado que en las democracias de hoy, los grupos políticos organizados como partidos políticos, coaliciones o alianzas, presentan sus programas de gobierno a los ciudadanos, quienes con su voto habrán de decidir cual de ellos ocuparán los puestos de decisión política.

Respecto al capítulo de la representación proporcional, el insigne italiano comparte la idea de que el sistema más puro de todos, es el Voto Único Transferible (VUT). Y a su vez, presenta una clasificación de los sistemas proporcionales menos puros; siendo los más conocidos a) el método del “mayor residuo”; b) el método de D´Hondt o del “mayor promedio”, y c) la fórmula Sainte-Lague.

Sostiene que las diferencias entre los sistemas mencionados son matemáticas. El factor más importante para establecer la proporcionalidad o desproporcionalidad del sistema de Representación Proporcional es el tamaño del distrito electoral. Sobre este tema, es decir, el de la desproporcionalidad o no respecto del tamaño del distrito; afirmo que las reformas electorales locales se han detenido por temas como este: el de la redistritación electoral, pues los partidos políticos que están bien asentados con sus estructuras y redes en un distrito, difícilmente cederán ante una nueva redistrictación electoral, producto del crecimiento poblacional.

Ahora bien, sobre la “Doble ronda electoral”, Sartori nos comparte la idea de que dicho sistema permite a “los electores votar dos veces, con un intervalo de una o dos semanas entre la primera votación y la votación final, y esto significa que los votantes pueden reorientar conscientemente sus preferencias considerando los resultados de la primera elección.” Complementa su afirmación al expresar “La doble ronda electoral es un sistema muy flexible que hace posibles acuerdos de mayoría y de proporcionalidad”.

En el apartado II titulado ¿A quién se elige?, Sartori se pregunta ¿Cómo se convierte alguien en candidato y es elegido para un cargo? El autor encuentra la respuesta de forma muy próxima al compartir que lo más frecuente, es que los candidatos sean incluidos en la papeleta electoral basados en su fuerza dentro del partido y como resultados de una contienda dentro del mismo. No obstante lo anterior, el politólogo italiano afirma que en la actualidad, en las democracias occidentales la identificación con un partido y sus símbolos se está debilitando.

Ilustrativamente, Sartori trae a colación al emperador romano Calígula, quien nombró senador a su caballo, lo cual nos recuerda que en política la expresión “los caballos de Calígula” tiene el sentido de que “cualquiera” (incluso un caballo) puede lograr que se le elija. Dicha expresión ha cobrado un valor particular en algunos estados o ciudades del país donde la presencia y preferencia de los partidos políticos es tal, que cualquier candidato vencerá a su contrincante.

En su III apartado denominado La importancia de los sistemas electorales; Sartori, sostiene que “el cambio mediante reformas siempre es difícil. Una vez que se establece un acuerdo electoral, sus beneficiarios protegen sus propios intereses y se esfuerzan por seguir jugando el juego con las reglas que conocen”. Por supuesto, su afirmación tiene referencia inmediata en nuestro país si nos referimos a que el sistema de partidos mantuvo por buen tiempo el acceso a los espacios de representación sólo vía ellos. A este respecto, es trascendente recordar que la reforma política aprobada hace algunas semanas por el Senado establece las candidaturas independientes. Habrá que estar atentos como dictamina la colegisladora.

Con relación a la Nueva enunciación de la influencia de los sistemas electorales, Sartori refiere que los sistemas electorales tienen dos efectos: uno en el votante y otro sobre el número de partidos; lo cual es claro. Y sostiene más adelante “Estos efectos deben evaluarse por separado, porque el número de partidos no se deriva únicamente del comportamiento de los votantes, sino además de la forma en que sus votos se convierten en escaños electorales”. Dicha situación podemos corroborarla en nuestro sistema electoral que permite la diversidad de partidos políticos, aunque pone la condición de obtener un determinado número de votos para conservar el registro.

Cuando el autor en comento aborda la parte IV titulada la selección de un sistema electoral, la pregunta que se plantea es ¿Cuál es el mejor?, para contestarla encuentra afirmaciones propias de la realidad de cualquier Nación, pues refiere que es “comprensible que en cualquier país, retornar de la apertura de la Representación Proporcional a la rigidez del mayoritarismo trastorna a los grupos de presión y sus hábitos políticos. Pero si se hace el cambio, la mejor forma de hacerlo es mediante un sistema abierto de doble ronda electoral” Un efecto similar fue el ocurrido con la apertura en nuestro país del sistema de diputados de partido, -como lo referí con antelación-  a un sistema de representación proporcional.

Al llegar la segunda parte, la cual nombra presidencialismo y parlamentarismo, el maestro florentino refiere que así como se divide a los sistemas electorales en mayoritarios y proporcionales, a los sistemas políticos democráticos se les divide en presidenciales y parlamentarios.

No sobra referir la descripción que hace sobre el particular: “Un sistema político es presidencial si, y sólo si, el jefe de Estado (el presidente) a) es electo popularmente; b) no puede ser despedido del cargo por una votación del Parlamento o Congreso durante su periodo pre-establecido, y c) encabeza o dirige de alguna forma el gobierno que designa.” Como se observa, no hay duda de la calidad de sistema que tenemos. Pues las características que enumera son justamente las que vivimos.

Prima facie el autor sostiene que “El presidencialismo ha funcionado mal. Con la única excepción de los Estados Unidos, todos los demás sistemas presidenciales han sido frágiles –han sucumbido regularmente ante los golpes de Estado y otras calamidades-. No obstante, hay que advertir que en su primera presentación, Sartori no trata el modelo en nuestro país. Bien dice Carpizo al considerar “Sartori, en el prólogo a la edición mexicana de 1994, escribió que México se encontraba en un periodo de transición, y que había que ser cuidadoso para que no fuera a adoptar formas democráticas que en diversos y diferentes países han fracasado”. (Carpizo: 2002) es hasta su edición de 2001 donde dedica un apartado al caso mexicano bajo el título de posfacio, que más adelante abordaré.

Al abordar La experiencia latinoamericana, destaca que en ella “se encuentra la mayoría de los sistemas presidenciales. Y también es aquí donde éstos tienen un impresionante historial de fragilidad e inestabilidad”, tal cual lo he señalado. Desde luego que de su afirmación excluye a México.

Expresa de igual forma que los presidentes latinoamericanos de ninguna manera son todopoderosos, aunque puedan parecerlo. Por el contrario, “la mayoría de los presidentes latinoamericanos enfrentan fuertes problemas para cumplir sus programas de campaña” (Mainwaring: 1990)

En su apartado VI, titulado Sistemas parlamentarios, destaca que la característica primordial del sistema parlamentario es que el poder Ejecutivo-Legislativo se comparte. En dicho punto sostiene “Hay por lo menos tres variedades principales de sistemas parlamentarios: en un extremo está el sistema de primer ministro o de gabinete, de tipo inglés, en que el Ejecutivo forzosamente prevalece sobre el Parlamento; en el otro, está el tipo francés de gobierno por asamblea (Tercera y Cuarta Repúblicas) que casi impide gobernar; y a la mitad del camino entre ellos encontramos la fórmula del parlamentarismo controlado por partidos”. Por supuesto, como advertí anteriormente no está incluida la referencia a nuestro país, por ser quizá una mutación del presidencialismo que conocemos.

Sobre el punto El poder compartido establece una categorización interesante, pues afirma que el jefe de gobierno puede relacionarse con los demás integrantes del mismo como: a) Un primero por encima de sus desiguales; b) Un primero entre desiguales y c) Un primero entre iguales. No obstante, vale la pena referir lo que atinadamente Mario Stoppino refiere sobre el poder:

“Como fenómeno social el p. es una relación entre hombres. Y se debe inmediatamente añadir que se trata de una relación tríadica. Para definir un cierto p., no basta especificar la persona o el grupo que lo retiene y la persona o el grupo al que están sometidos: hay que determinar también la esfera de actividades a la cual el p. se refiere, es decir la esfera del p.” (Stoppino en BOBBIO: 2002)

Como se puede observar, ambas combinaciones permiten tener una comprensión más clara sobre lo que Sartori pretende decir.

Parece ser que el autor se manifiesta por el presidencialismo latinoamericano, pues en su punto El gobierno por Asamblea sostiene: “Mi opinión es que la mayoría de las democracias latinoamericanas (si abandonaran sus formas presidenciales) caerían directamente en el asambleísmo”.

Sartori parece mostrar todas las desventajas que desde su punto de vista traería aparejado el sistema latinoamericano si optara por dejar el presidencialismo; pues presenta sus argumentos al decir cómo se desenvolvería lo que él denomina asambleísmo, al sostener: “En el esquema asambleísta: a) el gabinete no dirige la legislatura; b) el poder no está unificado, sino disperso y atomizado; c) la responsabilidad casi desaparece del todo; d) hay poca o ninguna disciplina partidista; e) los primeros ministros y sus gabinetes no pueden actuar rápida y decisivamente: f) las coaliciones muy pocas veces solucionan sus desacuerdos y nunca tendrán seguridad de contar con el apoyo legislativo, y g) los gobiernos nunca pueden actuar y hablar con una voz única y clara”.

Cuando aborda el punto Estabilidad y eficacia, el referido autor, hace una advertencia: “No debemos confundir “el gobierno eficaz” con el “gobierno activista”. Y distingue -sin definir gobierno- que el primero es un gobierno capaz de ejecutar sus políticas, aunque puede seguir una filosofía no activista de gobierno y elegir por tanto, si así lo prefiere, permanecer inactivo en ocasiones. La diferencia entre un gobierno eficaz y uno impotente, es que el primero puede decidir no actuar, en tanto que el segundo no puede actuar aunque lo quiera”. Quizá ayude hablar sobre gobierno, ya que eventualmente se suele confundir la idea de Estado con la de gobierno, para Bobbio gobierno es: “El conjunto de personas que ejercen el poder político, o sea que determinan la orientación política de una cierta sociedad (…) una segunda acepción del término (…) que se apega más a la realidad del Estado moderno (…) conjunto de los órganos a los que institucionalmente les está confiado el ejercicio del poder” (BOBBIO: 2002)

En su apartado VII, El semipresidencialismo donde habla del prototipo francés, describe la forma en como este opera al decir que el “sistema semipresidencialista funciona basado en el poder compartido: el presidente debe compartir el poder con un primer ministro; a su vez, el primer ministro debe conseguir un apoyo parlamentario continuo”.

Más adelante en La definición de los sistemas semipresidenciales elabora una caracterización de dicho sistema y enumera que será tal si cumple con las siguientes características: 1) El jefe de Estado (el presidente) es elegido por el voto popular ; 2) El jefe de Estado comparte el poder Ejecutivo con un primer ministro; y consecuentemente: a) El presidente es independiente del Parlamento; b) El premier ministro y su gabinete son independientes del presidente porque dependen del Parlamento; y c) La estructura de autoridad dual del semipresidencialismo permite diferentes balances de poder.

Para cerrar dicho apartado Sartori es fulminante al advertir que “La videopolítica favorece la elección de personas de afuera del sistema improvisadas y ocasionales. A primera vista esto puede parecer bueno. Pero estos presidentes foráneos son presidentes sin tropas”. De manera inevitable, las afirmaciones del italiano me remontaron a la jornada electoral del 2 de julio del 2000 y su desenlace: el triunfo de un candidato mediático, a quien le fue necesario recurrir a los “cazadores de talentos” para integrar su “gabinetazo”. ¿Los resultados?, por todos conocidos.

En su Tercera parte, temas y propuestas, VIII. Lo difícil de la política, no necesita  mayor explicación cuando el politólogo refiere: “Tantas cosas marchan mal en el mundo real que no es posible equivocarse si se sigue el camino de la crítica”

Con relación a La corrupción y el rechazo a la política. Reflexiona de manera certera al sostener que Los políticos son populares en tiempos heroicos, pero pocas veces lo son en los tiempos rutinarios.

Se pregunta el autor, ¿Cómo pasó esto? Y sostiene diversas explicaciones y entre la que destaco es la ayuda proporcionada por la televisión como formador de opinión pública; además de la desaparición de la base ideológica. Pero la mejor explicación del enojo actual de la sociedad se encuentra en la corrupción política.

Y enumera tres razones adicionales: La primera, es la pérdida de ética; la segunda es que hay demasiado dinero en el medio; y la tercera, es una razón relacionada con la segunda, y tiene que ver con el costo de la política, el cual se ha vuelto excesivo y en gran medida está fuera de control.

En su apartado sobre La videopolítica y la videodemocracia, es oportuno aludir a otra de las obras de Giovanni Sartori y me refiero al Homo Videns, considerado éste como un animal fabricado por la televisión cuya mente ya no es conformada por conceptos o por elaboraciones mentales, sino por imágenes. El Homo Videns, sólo “ve” y su horizonte está limitado a las imágenes que se le proyectan.

El autor sostiene que la videopolítica cambia al ciudadano, porque este concibe la política en imágenes, convirtiéndose en un videociudadano; es decir, un protagonista totalmente nuevo dentro o fuera del proceso político.

Cuando aborda La paradoja del gobierno por legislación, refiere que lo común es que los poderes de gobierno y de legislación de los Presidentes, comprendan una vasta gama de recursos que varían bastante de uno a otro sistema. El autor describe el ejercicio de veto de la siguiente forma: a) El veto de bolsillo le permite a un presidente simple y sencillamente negarse a firmar una ley;  b) El veto parcial, también se llama en Estados Unidos veto por párrafos o artículos, es en cambio un poder muy activo. El veto parcial le permite al presidente modificar una ley eliminando partes de la misma, cancelando disposiciones individuales; y, c) El veto global, es el poder de rechazar una ley en su totalidad.

Al referirse a El poder por decreto, Sartori sostiene que El poder compartido “fluye”, el poder dividido “choca”; o así parece. Sobre las Relaciones efectivas con el parlamento describe “El proceso legislativo es, en todas la democracias, un proceso muy opaco. A pesar de todo lo que se dice de la transparencia, todas las negociaciones que conforman los productos legislativos están cubiertas por una profunda neblina. Pueden ser denunciadas, es cierto, en discursos de algunos diputados individualmente. Pero las voces individuales se pierden y se confunden fácilmente entre todo el ruido del debate parlamentario”.

Con respecto al apartado denominado Hacia la solución del nexo ejecutivo – legislativo. Ilustra el autor con la clave de su propuesta, siendo ésta la siguiente: que tanto el presidencialismo como el parlamentarismo incuban dentro de sí los defectos de sus méritos. No obstante, si se hace que las dos formas compitan entre sí dentro de un mecanismo de alternación, se tienen los incentivos para fortalecer los méritos y reducir al mínimo los defectos. Afirmación interesante, baste advertir que ya no estamos en tiempos donde el Presidente propone y dispone; ahora los tiempos político – gubernamentales marcan la pauta de que sea el Presidente de la República quien proponga y el Congreso, dispone. (Nacif: 2002)

Cuando habla del Problema con los sistemas presidenciales, Sartori comentaEn realidad México es un caso muy especial, del que se ha dicho durante mucho tiempo que ingeniosamente se las arregló para retirar a sus dictadores cada 6 años”. Desde luego, en 2011 es extraño leerlo así, puesto que han pasado once años que esto dejo de ser así.

El italiano aborda también los Problemas con los sistemas parlamentarios; tener o no tener bicameralismo. Sostiene que: “en condiciones óptimas, el federalismo requiere dos cámaras de igual poder pero diferente naturaleza”. Condición que tiene nuestro país, al contar con un sistema bicameral sumamente interesante de analizar desde diversas ópticas.

Para el caso de La disciplina en los partidos, el autor comenta que se pueden distinguir cuatro variedades en las formas de votación, según se sigan o no los lineamientos del partido y son: a) la disciplina obligatoria (la que se dicta desde la central del partido); b) la disciplina espontánea, esto es, la cohesión; c) la disciplina racional como  consecuencia del interés propio (el apoyo al gobierno que depende sólo de su partido); y, d) la disciplina por difusión o por el intercambio de información, que resulta de la necesidad de unirse contra otros partidos disciplinados.

Al llegar al clímax de la obra, Sartori aborda la Ingeniería Constitucional; apartado en el cual el autor advierte el cuidado que debemos guardar con las “Constituciones en que se plasman aspiraciones”. Al respecto he sostenido en diversos espacios de debate que debemos dejar atrás las meras declaraciones de amor constitucional que implican única y exclusivamente aspectos que no son posibles llevarlos a la práctica.

En este orden de ideas, concluye Sartori en este apartado, que cuanto más perdamos la noción de que las Constituciones se deben controlar y sostener por incentivos; tanto más deberá reiterarse que la conformación de éstos documentos es una tarea semejante a la ingeniería.

Finalmente en el Posfacio dedicado de manera exclusiva a México, sostiene que el país está claramente en transición de un esquema de presidencialismo autoritario, sostenido por un sistema de partido hegemónico; por lo que lo considera como “un espécimen singular, y promete convertirse en algo todavía más especial”. Ilustra el hecho de que en nuestro país “nunca ha sido interrumpido por golpes militares, ni se ha caracterizado por oscilaciones entre excesos de poder arbitrario e importancia.”

Y es determinante cuando sostiene:

El presidencialismo mexicano es casi el opuesto del presidencialismo de los Estados Unidos. Mientras éste se basa en la división de poderes, aquél se funda en la concentración del poder. Mientras que la historia del presidencialismo estadounidense es una de 200 años de un prolongado y exitoso presidencialismo democrático, la historia del presidencialismo mexicano es una igualmente exitosa pero de un presidencialismo autoritario.

Advierte, respecto al PRI que éste partido no ha buscado su propia desaparición y que en el año 2000 creyó que lograría ganar la presidencia en una contienda electoral abierta y limpia, situación que a todas luces no ocurrió. Mientras que la pérdida de sus privilegios hegemónicos no pondría en peligro su estatus de partido dominante.

Cierro con una idea básica que describe al país “Casi de la noche a la mañana un hiperpresidente fue sustituido por un hipopresidente, por un presidente repentinamente débil que ahora debe enfrentar el problema que supone no tener mayoría en el Congreso y tener que someter la legislación a un parlamento que no controla”.


REFLEXIONES PERSONALES

¿Que aportación considero nos deja la obra en comento? quizá sean las sugerencias que el maestro italiano plantea y sobre las que parece se pretende avanzar a través de la reforma política aprobada en fechas recientes en el Senado, a las cuales insisto debemos estar atentos del tratamiento legislativo que les de la Cámara de Diputados en el próximo periodo de sesiones ordinarias, toda vez que se trata de la colegisladora en este asunto de vital trascendencia para la vida política – jurídica del país.

Si bien es cierto no se ha avanzado en todo, si me parece substancial tomar en cuenta los consejos proporcionados por Sartori, vertidos desde su experiencia y observación al caso mexicano.

Para quienes tuvimos la oportunidad de leer a Giovanni Sartori desde su primera entrega, es decir aquella donde todavía no se incluía su visión de México, constituye un imperativo acudir de nueva cuenta al encuentro intelectual con tan connotado autor, a través de una relectura que contenga el apartado donde hace puntual precisión a nuestro país.

Una de las coincidencias que tengo con el autor, es mi convencimiento acerca de que el fortalecimiento democrático de la Presidencia, del Congreso y de la Suprema Corte, (así lo menciona textual el autor, aunque considero se refiere al Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial) tienen que ser ingredientes esenciales para la transformación del sistema político mexicano, aunque a veces haya resistencia a ello; y los ejemplos para mantener ese status quo lo vivimos a cada instante, no sólo desde las diversas instancias gubernamentales, sino desde la cultura y participación ciudadana que, aunque han avanzado de manera paulatina hace falta consolidar, de tal manera que el país se coloque a la altura de las transformaciones mundiales.

No olvidemos que vivimos con instituciones que nos rigieron en los siglos pasados; por ende, es imperativo entrar al análisis concienzudo del funcionamiento y operatividad de éstas en tiempos modernos.

Por ello, los avances que podemos generar en materia de reforma política son fundamentales para construir institucionalmente el país que necesitamos. Lo anterior,  solo será posible si participamos y coadyuvamos en la transformación de las propuestas a las que alude el autor a la realidad imperante.

Porque hoy día, es importante tener presente que la participación es un medio proporcionado por la vida democrática; lo que sumado a la representación adquiere un camino de doble sentido: por un lado sirve para formar órganos de gobierno; y, por otro es utilizado para influir en ellos, para controlarlos y en no pocas ocasiones para detenerlos.

Es decir, como depositarios de la soberanía, los hombres crean, reforman y desechan leyes según los procedimientos que su historia política ha generado; como gobernados, los ciudadanos sostienen la ley con su acatamiento, con su valoración positiva y con su aceptación como un valor fundamental. Es, en otras palabras una aceptación de facto.

Dicho lo anterior, es que la permanencia del sistema legal depende, en consecuencia, de la fortaleza y extensión de una cultura política de la legalidad. Es decir, en la existencia de un Estado de derecho, éste se expresa y realiza en la norma legal, pero también en la definición y el funcionamiento efectivo de las instituciones, así como en la cultura y las prácticas políticas de los actores.

El Estado de derecho no es una estructura legal inmutable. Depende, para su conservación y reforzamiento, de la acción ciudadana. El Estado de Derecho Democrático brinda los espacios y los procedimientos legítimos para la libre confrontación de los proyectos y los programas políticos que buscan dar un contenido sustantivo a los regímenes democráticos.

Deseo culminar esta recensión a la obra de Sartori parafraseando a José Ortega y Gasset que dice: “No hay salud política cuando el gobierno no gobierna con la adhesión activa de las mayorías sociales”.